Unas semanas atrás, en las cartas de lectores del diario de un domingo, un médico ginecólogo relataba una consulta con una paciente. De haber tenido la carta o el nombre del médico, lo pondría aquí, pero no la pude encontrar.

Una mujer, madre de un chiquito de 2 años, y nuevamente embarazada, le decía que quería hacerse un aborto, porque sentía que no quería ni podía afrontar ese embarazo y nuevo hijo. El médico, como respuesta, la tranquilizó y le dijo que no habría problema. Además le sugirió como alternativa al aborto la posibilidad de matar a su otro hijo, el que tenía dos años. Ante la cara de horror de la madre, le explicó que para el caso y por su decisión de quedarse con un solo hijo, matar al de dos años o al que llevaba dentro era lo mismo, la única diferencia era que a uno ya lo conocía y al otro todavía no, y el beneficio era que matando al de dos no pondría en riesgo su salud, ya que un aborto siempre era una intervención quirúrgica que implicaba un posible riesgo que era mejor evitar. La mujer se quedó perpleja ante esa propuesta tan insólita, y el médico le sugirió  que lo pensara unos días y volviera con la decisión de lo que quería hacer.

La mujer volvió unos pocos días después, diciendo que había pensado lo que le había dicho y que su decisión había sido seguir adelante con ese embarazo.