El tiempo vuela. Pero vuela en serio!!! Casi sin darme cuenta, volaron los meses.

La vida entró por carriles más complicados. O sin llamarlos complicados, pasaron las cosas que nos van pasando, simplemente por el hecho de estar vivos. Atravesando situaciones que no son agradables, que no quisiéramos vivir, pero están… nos cuestan, nos obligan a tomar decisiones, nos ponen en caminos nuevos.

Enfermedad, cambios en mi trabajo… ¡muy buenos! … pero que implicaron una gran dosis de adrenalina… mudanza… una vez más!!!   Y  muerte.

Aceptar lo que viene, pelear por lo que uno quiere, y reconocer que no importa lo mucho que nos resistamos a algo, cuando llega el momento, lo que tiene que pasar, va a pasar.  Algunas cosas muy bienvenidas, otras buscadas, otras muy resistidas, todo finalmente llega.

Se enfermó mi mamá, pero se enfermó mal!  Todas las enfermedades son dolorosas, no importa cuál sea, la más dolorosa es la que nos toca de cerca. Para quien la padece, y para los que estamos al lado. Uno anda por la vida justificando la vejez, el deterioro o la enfermedad en las personas ajenas, pero es recién cuando nos toca vivirlo a nosotros, que adquiere la verdadera magnitud. Cuantas veces me escuché decir, con la misma liviandad, exactamente  lo mismo que tanto me resistí a escuchar este último tiempo. Quizás hace falta pasar esto en la vida de uno para poder entender la importancia que tiene en la vida del otro, y el poco valor que uno le da cuando le pasa a los demás. A partir de ahora, es distinto, aun sabiendo que no hay nada más seguro en la vida que la muerte.

Llegando el momento en que se acerca el final, con el correr de los días uno va tomando conciencia de que lo que viene es definitivo, sin vuelta. Y si se puede hacer las paces, y no dejar cuentas pendientes, tratar de entender al otro, reconocer su esencia y sus razones,  lo que pudo o no pudo hacer, con sus aciertos y sus falencias … tan como las de uno mismo… y comprender mucho más allá de lo que intentamos comprender en lo cotidiano y el apuro de todos los días… ¡Qué bueno!  Y no importa que sea un monologo con uno mismo,  y que el otro siga siendo quien es y siempre fue, la paz es de uno y la certeza de que está todo bien, también.

Y cuando llega el día, y ese  minuto final, aun esperándolo y pensando que es lo mejor… aunque ¿quién decide que es lo mejor para el otro? …  esperando el llamado a cualquier hora del día o de la noche, cuando finalmente llega, es esa sensación de vacío, de desesperación, de hueco en el estómago, de piso que se mueve, de que se para el mundo, y ese  instante, que dura lo que tenga que durar, segundos o minutos, falta el aire. La inmensidad y lo definitivo de la muerte nos cae encima.

Ya está. El otro no está más. Todo sigue igual… el tren sigue pasando, la calle, la gente, la locura de todos los días, el tránsito, la tele, los bares llenos, el trabajo… todo sigue igual, con total indiferencia a que esa persona que era, vivía, sentía, ocupaba un espacio físico, y era además alguien importante en nuestra vida, ya no está. Está en todas las cosas, pero no está. Está en nuestros pensamientos, pero no está. Está en la intención de contarle algo, pero no está. Está en cada rincón de su casa, pero ya no está.

Esa persona no está más. Estará en otro plano, o no, depende de cada uno, cerca, lejos, donde cada uno cree que se irá después de dejar esta vida, pero acá al lado, ya no está más.

La vida sigue.

Y como la vida sigue, mientras tanto hubo mudanza. Cada mañana miro por mi ventana y veo el río, el cielo y los árboles, y no pasa un día en que no me sorprenda y agradezca por eso. Todavía hoy, y cada vez que miro hacia afuera.  Por eso las dejo abiertas, todo el tiempo y siempre!

Y como la vida sigue y con tal intensidad, hay viaje, casamiento y fiesta!!! En pocos meses se casa el monstruo allá lejos!

Y si, la vida sigue. Por suerte, a como venga y mirando de frente a lo que sea que nos toque, estamos vivos! Hoy, aquí y ahora.

No hay que perderlo de vista.