Después de una semana de caminar por la cornisa, de transitar el hilo finito que separa estar séptico de una septicemia y la muerte, el francés, mi ex, el padre de los monstruos, salió victorioso.

Por una sumatoria de malas decisiones, casualidades nefastas, complicaciones impensadas, y mucha ingenuidad, se hizo una cirugía en La Cumbre, Córdoba. Todo lo que podía salir mal, salió mal. Lo que nunca imaginó que podía suceder, sucedió. Mis hijos se encontraron solos, a 800 kilómetros de casa, enfrentando situaciones difíciles y nuevas. En un lugar desconocido, sin apoyo, sin casa, sin familia, sin amigos, sin novios, sin madre.

Entonces, cambiamos una semana de vacaciones en Orlando, por una semana en Villa Caeiro, en un hospital al pie de las sierras, el vértigo de una montaña rusa, por el vértigo de esperar el parte diario del médico de terapia intensiva. Una casa con pileta, por una cabaña rústica con poca calefacción, en un pueblo perdido y minúsculo. Una semana de diversión, por una semana de estar pendientes de como el padre esquivaba a la muerte. Y lo logró. Salió herido y maltrecho, débil y sin resto, pero vivo.

Acompañé a los chicos, y viví con ellos el desconsuelo, el miedo, la desesperanza y la furia. El pánico en la mirada cada vez que el médico hablaba y pintaba el panorama más negro, más difícil. Los acompañé en sus visitas diarias al hospital, dos veces por día,  diez minutos por vez. Los acompañé en sus silencios, hice de interlocutor entre los médicos y ellos, les expliqué en palabras cotidianas la lucha del padre, y me alegré con ellos cuando fue el primer signo de que algo parecía ir mejorando.

Fue una semana de miedo, sin poder demostrarlo. De estar fuerte, de buscar el equilibrio justo entre no mostrarme pesimista pero tampoco negar el desenlace posible. Fue una semana de vivir con mis hijos situaciones complicadas que no habíamos imaginado nunca. De verlos moverse en bloque, unidos, apoyándose, cuidándose el uno al otro, y también de sentir que me cuidaban a mí.

Fue una semana de no saber que pasaba alrededor, fuera de lo que pasaba entre mis hijos y el hospital. No saber que pasó en el país, ni que pasó con mi trabajo, tan lejos quedó todo eso. Supe cuán cerca están algunas personas, y que bueno es sentir en la distancia, una palabra amiga.

Fue una semana de estar lejos de elhombrequeamo, y pese a la distancia, sentirlo muy cerca, apoyándome, dándome fuerza, y alentándome, guiándome en que signos buscar para reconocer la gravedad, o para quedarme tranquila.  Y sentirlo cerca, fue achicar la distancia y el miedo.

Finalmente, ganó mi ex. Maltrecho y sin fuerzas, y con mucho camino por recuperar, pero con ganas de seguir vivo. Ganaron mis hijos, porque pese a todo lo vivido, salieron más fuertes y más unidos,  y porque tanto esfuerzo no fue en vano. Y también gané yo, porque supe como se puede contar con ellos en situaciones extremas, y que sin importar desencuentros y rupturas, hay valores que son muy fuertes.

El francés uno, los gérmenes, cero.